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La palabra impronunciable

  • Diego Sobrecueva Martínez
  • 29 dic 2016
  • 2 Min. de lectura

Esta semana el primer ministro japonés, Shinzo Abe, visitó la base estadounidense de Pearl Harbor, la visita destaca por la parada prevista ante el memorial a las víctimas del ataque japonés el 7 de diciembre de 1941. El primer ministro honrará la memoria de las víctimas de este ataque por sorpresa a la flota de EEUU, que se cobró 2.400 vidas. Este acto va unido a la visita el pasado mayo de Obama a Hirosima , donde también homenajeó a las víctimas de los bombardeos atómicos que se cobraron alrededor de 200.000 vidas ,al instante, sin contar efectos secundarios en la población que aumentarían esta cifra.

Lo destacable de estas visitas es la ausencia de una palabra que aprenden los niños apenas comienzan a balbucear: perdón.

-Tomo aire, a mi también me ha costado escribirla-

El primer ministro japonés anunció que no tenía intención de pedir perdón por las víctimas causadas en este cruel ataque sin previa declaración de guerra. Con esta posición, seguía los pasos de Obama, que el domingo previo a su visita afirmaba en la cadena japonesa NHK: "No pediré perdón, porque creo que es importante reconocer que en medio de una guerra los líderes toman todo tipo de decisiones". Con esto Obama evitaba decir algo que está implícito en la palabra perdón ,el temido, nos equivocamos. Esta acción criticada por una gran mayoría puede llevar a que creamos que en la guerra todo vale, o que era mejor sacrificar 240.000 vidas para evitar un derramamiento de sangre en el desembarco a Japón.

Con la pronunciación de una palabra se dicen muchas cosas, y tanto nuestros líderes como los ciudadanos de a pié debemos intentar aprender a pasar página y seguir adelante. Pronunciar un perdón no te hace más débil, te hace más maduro. Dejemos de comportarnos como niños.

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